El estribillo de aquella canción «…despacito…» retumba en mis oídos pero me devuelve a la memoria unas firmas del maestro Zuloaga…o no.
Estas firmas dubitadas son un claro ejemplo de lo que les exponía en otros post anteriores: la indecisión en el trazado se manifiesta en la falta de cohesión interna de los trazos del grafismo, hasta tal punto, que los trazos parecen colocarse, uno a uno, …despacito,…; el resultado es una escritura dibujada e inconexa porque el hilo en el espacio invisible que el ojo dibuja para que el final de la letra continúe en el arranque de la siguiente, es inexistente.
En esta firma, además se observa que la inicial del nombre está colocada a otra altura porque el falsario -que no tiene interiorizada la firma- no tiene aprehendido el espacio que va a ocupar; la vocal u está construida con dos trazos muy separados, la consonante L prolonga su trazo en la horizontalidad para no perder la cohesión y la vocal a final se pierde en la inmensidad del carboncillo.
Esta firma, torpe incluso en la datación, se construye con tanta parsimonia que el levantamiento del útil produce una rebaba en el final de la consonante Z; y para muestra de trazo inconexo, véase la construcción de la primera vocal a, cómo se aprecia el añadido en la zona superior del óvalo.
Y para acabar, un trazado espontáneo e irregular en la presión que son sinónimos de autenticidad.