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Desde hace 15 años este cuadro cuelga en la pared de mi casa. Un óleo que regaló un amigo. Es una panorámica de la ciudad de Barcelona.

El artista, Nacho Amor, juega con los verdes, grises y azules de una ciudad que se asemeja a un pueblo andaluz con casas pintadas de blanco.

El arte, es lo que tiene, puede versionalizar la realidad, y nadie le impide hacerlo.

 

Siempre me han gustado  esos toques ocres que salpican la escena.

Sin embargo hoy se me ha ocurrido aplicar la luz ultravioleta a la superficie.

 

Esas pinceladas que desde cierta distancia parecían emular una ligera lluvia, no lo eran.

Esos toques ocres que emergían del espesor blanco o verde, no lo eran.

Y de esos detalles el pintor era plenamente consciente.

 

No es ocre, lo que veían mis ojos, es la tabla lisa, ligeramente barnizada, sobre la cual el artista había dibujado el paisaje.

Extraordinario. Eso debe ser la técnica artística.

 

Esa lluvia, no es lluvia, son las vetas de la madera que una suave capa de pintura, casi transparente, no logra ocultar.

Esas pinceladas ágiles y compactas, de verde intenso, cumplían -para el artista- la misión de ocultar el soporte.

Y ese camino, por supuesto, no es tal.

Sencillamente se trata de dos pinceladas verdes que no se alcanzan, cual paralelas, y que conforman un camino.

 

Extraordinario. Eso debe ser el arte… el arte de sugerir al cerebro cosas que no existen.

 

Y por eso un artista emula al demiurgo que modela la masa informe y la convierte en un objeto cargado de significación, sensibilidad, coraje y belleza.