Recientemente acudí a una exposición inmersiva del maestro Sorolla. Una de estas experiencias que trata de atraer el arte al público, transformando la clásica exposición que podemos ver en los museos.
El visitante escucha, lee e incluso puede pintar su dibujo e incorporarlo digitalmente en una playa valenciana; hemos podido disfrutar de un vestido emblemático de Fortuny y también, gracias a la IA, de un cuadro en movimiento.
En unos de esos textos explicativos, se recoge la frase del pintor: “Hay que pintar deprisa, porque, ¡cuánto se pierde, fugaz, que no vuelve a encontrarse!”.
Y este ritmo en la ejecución se observa en la pincelada segura, corta, certera y rápida de sus cuadros, como vemos en la imagen.
Por otra parte, el pintor estampaba su firma en un margen discreto de la obra; una rúbrica pequeña, muy pequeña si la comparamos con el cuadro; y este detalle nos da una lección de humildad, porque da al objeto pintado el protagonismo merecido.
Como decía, en esta exposición y en un lugar de paso y con una iluminación inadecuada, había una decena de cuadros; y ya sabe el lector mi pasión por las firmas. Y me encontré con una de esas que chirrían, por la falta de fuerza, la distancia entre las letras, la vocal O con vírgula, el tipo de asentamiento y la blandura con la que se coloca; las letras están estampadas con una lentitud que no encaja con esa prisa que relata el propio Maestro.
Como siempre, sin cuestionar la autoría del cuadro, sí me permito dudar de la autoría de la firma o pensar que un mal día lo puede tener cualquiera.