Dicen que hay que lavar la ropa antes de usarla para evitar problemas en la piel.
Quizás este consejo sea uno de esos consejos modernos, pero lo cierto es que para manejar cualquier cosa conviene que esté limpia.
Puede resultar ésta una recomendación baladí y algo pueril, pero es sin duda necesaria y muy conveniente antes de iniciar un proceso de expertización, tasación o compraventa de una obra de arte.
Y es que existen muchos agentes que pueden alterar no sólo la imagen sino el estado de conservación de lo que podría ser una magnífica obra de arte.
Si durante años hemos tenido guardado un cuadro que deseamos vender, posiblemente convendrá que esa pieza sea intervenida por un restaurador para eliminar y/o minimizar algunos agentes que producen daños físicos, mecánicos, químicos y/o biológicos.
La intervención del restaurador puede orientarse a corregir, disminuir y/o eliminar:
- Micro agrietamientos
- Repintes
- Manchas
- Polvo
- Escamas
- Dobleces
- Delaminaciones
- Decoloración
- Aplastamientos y golpes
- Estiramientos de la tela
- Rasgados en la superficie
- Efectos de la hidrólisis etc.
La labor del restaurador debe ser exquisita y cuidadosa porque de su buen hacer va a depender el éxito del trabajo del equipo fotográfico y de diagnóstico por la imagen, así como del laboratorio fisicoquímico.
En algunos casos, el restaurador también puede aconsejar sobre la conveniencia de someter la obra a un servicio de anoxia para conseguir la muerte de los insectos xilófagos y de los huevos que pudieran afectar la pieza.
Además, todas estas actuaciones permiten documentar exhaustivamente la obra y redactar un informe artístico-técnico que facilita la tasación de la pieza y beneficia la transacción.