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Vuelvo de una escapada de tres días.

No he visto ninguna firma y sin embargo todo está rubricado.

Nada tienen de caligrafía, pero son facilmente atribuibles.

Así son los mosaicos de la cúpula de la Basílica de San Pedro del Vaticano.

Explicaba el guía que, para que el mosaico produjera cierto efecto, las pequeñas piedras se colocaban de forma irregular; de esta manera la luz, al fundirse con el oro del mosaico, producía un tipo de movimiento.

Y así, la cúpula pese a ser de piedra, parece ligera, parece despegar hacia el cielo.

Al acariciar la superficie, la mano percibía una rugosidad incómoda,  pero desde lejos y con perspectiva, esa irregularidad se convertía en belleza.

Por eso, dicen que todo en la vida hay que valorarlo tomando una distancia adecuada de tiempo y lugar. Excelente lección de vida.

Dejo estas imágenes tomadas en el corredor de la cúpula.