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El título de este post veraniego es tan ambiguo que Word Press me indica, con una carita roja, que no le gusta ni un pelo; tampoco le gusta que sea demasiado largo: pero es que el programa no entiende que el verano es tiempo para escribir y tiempo para leer.

Disfrutando de un atardecer, pensaba que ese mismo sol iluminó a babilonios, sumerios y egipcios, a la poetisa Safo y a los israelitas que huyeron de Egipto.

Pero estas civilizaciones y pueblos comparten, además del mismo sol, su supervivencia gracias a la escritura.

La transmisión de su cultura ha dependido no tanto de los soportes, ni de la cantidad de palabras que pudiera contener un documento, sino del valor de su contenido en el momento en que se redactó, de la importancia que se le ha ido otorgando a lo largo de la historia o de su transcendencia generación tras generación.

Safo, S VII a C, fue para Platón la décima Musa y la poetisa por excelencia que revolucionó la poesía, sin embargo sólo conservamos el diez por ciento de su obra; la tradición oral de los poemas homéricos mantuvo los 15.683 versos de la Ilíada y los 11.600 de la Odisea; y el Antiguo Testamento 23.214!.

Ahí es nada, por tanto la conservación de los textos antiguos, a pesar de la dificultad para reproducir textos manuscritos, dependía del número de copias que se hicieran; y este número de copias, dependía  de la trascendencia y el valor del texto.

Ahí radica el origen de la escritura: si nos remontamos a los primeros textos, y analizamos textos babilónicos y egipcios, nos encontramos con un denominador común: la importancia del contenido de lo que se escribía.

En Mesopotamia se utilizaban las tablillas de barro que debían cocerse al final para garantizar su permanencia; en Egipto empleaban la planta del papiro. Por eso, a pesar de que ambos utilizaran  soportes, frágiles, cuya conservación se dejaba en manos del clima, ambas civilizaciones emplearon la escritura con fines importantes:

  • Para conservar datos relativos al comercio -especialmente marítimo- y a la administración del gobierno.
  • Para datar hechos relevantes
  • Para legislar.
  • Para reafirmar el poder del soberano o de un poderoso, ya que la escritura garantizaba que un personaje fuese recordado.

La escritura por tanto no sólo es un medio de expresión y de comunicación, si no de transmisión de aquello que tiene un valor y una trascendencia:

  • firmamos contratos,
  • redactamos actas,
  • nos carteamos con amigos y familiares,
  • anotamos los datos más importantes de una reunión,
  • nos inscribimos en el censo de población
  • o el grafitero estampa su tag en el vagón del tren para que sea más visible.

De hecho, las anotaciones sin importancia, acaban en la papelera, como la lista de la compra cuando vamos al Mercadona.

La escritura lleva reinventándose desde el 3.000 a. C. y por eso, a pesar de que la escritura manuscrita esté siendo desplazada, seguirá formando parte de nuestro ADN humano.