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Los cuadros pueden contener una firma falsa o dudosa.

No siempre el cliente tiene razón, porque le pesa más la emoción o el futuro que se imagina con la venta de un cuadro.

El cliente ha comprado el dibujo por internet en una web donde cabe de todo – porque la gestionan los usuarios – y donde no siempre hay garantías de la autenticidad de las obras que se venden.

Pero esto el cliente ya lo sabe; y lo prueba, porque a lo mejor el dibujo puede ser bueno y me hago rico.

Se trata de un dibujo de una bailarina. El tema encaja, pero la mujer es grotesca y dista mucho de la delicadeza del pintor. Supongo que un mal día lo puede tener cualquiera, incluso un genio como Degas. Pero lo que chirría es la firma.

Una vez acabado el dibujo, que es lo más difícil de imitar, toca firmar. Parece fácil, sin duda.

Degas, cinco letras, con un tipo de escritura redondilla. Copiar la firma es cosa de principiantes.

Sin embargo, la osadía del falsario le lleva a firmar sin el modelo escritural delante, y comete un fallo de libro: la inclinación inicial de la consonante y la angulosidad de la jamba de la letra G, entre otros detalles. Reproducimos sólo la letra D para no levantar sospechas.

Imitar la firma parece fácil, pero no lo es.

Por eso en ocasiones el falsario empieza con un tanteo de ensayo/error y cuando la firma le sale bien, aprovecha el soporte firmado para pintar la obra.

Sin embargo, esto entraña un peligro: que el trazo del lápiz del dibujo quede superpuesto al trazo de la firma.

Uff. El falsario se ha delatado.