En un post anterior nos referimos al concepto extraversión/introversión de Jung: el hombre que busca el contacto exterior o bien el hombre que se encuentra más cómodo en su espacio interior.
Es una cuestión de preferencia, intereses, necesidades y posibilidades y todo ello con el propósito de, no sólo sobrevivir en el medio, sino de vivir en plenitud tratando de lograr un equilibrio en el maremagnum de inputs diversos y a veces tan contradictorios!.
Y en este juego ya difícil de por sí, los científicos nos alertan de que las influencias ambientales pueden determinar un fenotipo. Nada menos. Eso es la EPIGENÉTICA.
Y ¿por qué hablamos de epigenética en este post de grafología? porque, como insisto habitualmente, las personas no somos cajones estancos. Modificamos conductas, tendencias y comportamientos.
Las decisiones, dicen los expertos, modifican nuestro organismo, porque de esas decisiones dependen nuestra salud, tipo de actividad, correcta alimentación, hábitos de sueño etc.
Pero también lo modifican las circunstancias y las posibilidades, por ejemplo, el COVID nos ha restringido el contacto social, y nos hemos vuelto más ermitaños y al principio de la pandemia hay que decir, un poco más neuróticos hasta que nos habituamos a la soledad.
Y este proceso de conversión de hombre a caracol, encerrado en su cáscara, hemos modificado nuestra escritura.
Hemos rebajado la intensidad de los típicos rasgos de escritura extravertida: gruesa, ancha, móvil, rápida, grande, aireada….y ahora, casi sin darnos cuenta, hemos controlado la impulsividad y nuestros gestos son más contenidos.
Véase esta escritura por ejemplo, el tamaño , el calibre y la disposición del espacio nos alertan de extraversión, pero el espacio irregular entre letras , el trazo neto y la distancia interlineal amplia nos sitúan en un contexto de introversión.