Esta firma impacta: está ejecutada con una aparente torpeza y con escaso empastamiento del útil escritural negro que requiere un posterior retoque por parte del artista empleando otro color más grisáceo.
De entrada, podría parecer falsa, pero no lo es, y ¿por qué? porque ese trazado espontáneo, fresco y al mismo tiempo contenido y coherente delata la personalidad del genio.
Es difícil imitar este trazo impulsivo y frenado, recargado y ausente.
Es un estoy, y un me voy unísino, propio de quien entra por la puerta, no le gusta lo que ve, y se va con la misma impetuosidad con la que ha llegado.
Así, veo yo la figura de Picasso.
Por eso, firmas relamidas, lentas, retocadas e inseguras, siempre, siempre son sospechosas.
Y si no, fíjense en la otra firma.
Le acompaña una locura de pinceladas caóticas que tratan de rellenar de forma irregular el espacio, dejando entrever la superficie blanca del lienzo.
El caos no forma parte del estilo del pintor, porque su caos es sólo aparente y funciona como pretexto: detrás siempre hay un cosmos, un orden.
Los claros oscuros tienen un propósito, otorgar una textura especial a la superficie para que el verdadero protagonista del cuadro sea la figura central.
Véase por ejemplo, el extraordinario cuadro de El niño con paloma, de 1901: la textura del suelo, de la pared y de la falda. Una combinación de colores supuestamente anárquicos, pero, separáte de la imagen, más, un poco más y comprobarás el juego de colores.
Y ahora, céntrate en la obra dubitada, ¿seguro que ha sido pintada por el artista?