Los profesores nos enfrentamos a todo tipo de escrituras.
Las hay más o menos legibles, armoniosas o caligráficas.
Las hay imposibles de descifrar.
Suelo decir que lo que no se puede leer, no se puede corregir.
El alumno se enfada, evidentemente, porque no le he corregido una pregunta. Sin embargo, cuántas veces el alumno mal escribe cuando no sabe la respuesta y espera que el profesor, con buena fe, dé como buena esa afirmación jeroglífica.
No somos egiptólogos, ni adivinos, y lo escrito, escrito está.
Esta misma circunstancia sucede en la pericial caligráfica cuando nos encontramos con firmas raras, mal trazadas para disimular un temblor o la incapacidad de imitar una firma.
El falsario disimula la inseguridad y sostiene que ese trazado irregular se debe a las prisas o a la habitual espontaneidad escritural.
Tengo mis dudas.
Aquí reproduzco parcialmente el final de una firma de F. Bacon.
Empieza bien, acaba fatal.
Mírela bien, querido lector. ¿Qué reconoce?
Pues cualquier cosa.
- Esta forma redondeada bien podría ser una consonante “s” o bien el óvalo del hampa posterior formando una “d”.
- Un hampa de una letra que bien podría ser el de una “d” o el de una “l” –se descarta la letra “t” por la ausencia de tilde trasversal y la “b” por falta de óvalo posterior.
- Un trazo que, o bien podría tratarse de una vocal “i” o de una “c” estrechada
- Una arcada que, o bien podría ser una “m” o una “n”…..
Vaya usted a saber.