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Soy poco amiga de agendas electrónicas y sigo llevando en el bolso un bloc de camarero al que acudo, frenética, a escribir un pensamiento relámpago, que tan pronto puede ser la lista de la compra, una nota para un artículo o un posible regalo de Reyes.

Pero he aquí que cuando reviso esas anotaciones, las miro con incredulidad porque no consigo descifrar lo que dicen. 

Y es que, ni yo misma entiendo mi letra.  

Me enseñaron que el término legibilidad se emplea para designar aquella cualidad de la escritura que permite reconocer, en un texto, los nombres y los verbos que son los constitutivos esenciales del lenguaje.

Así por ejemplo cuando en un texto no se reconocen con plenitud los artículos o preposiciones no merece definirlo como texto ilegible.

El cerebro, excelsa e inimitable obra de ingeniería, compensa las deficiencias y sabe gracias a la llamada economía lingüística que permite reconocer la palabra escrita cuando solo contiene las letras iniciales.

La mente juega con otros factores como el contexto o el conjunto de palabras que la relacionan para descubrir el significado, aparentemente encriptado, de un “mer” para deducir mermelada o de un “man” para deducir mantequilla, en un contexto de lista de la compra.

Sucede lo mismo con la música -me explicaba un otorrino- porque sólo necesitamos las tres o cuatro notas iniciales de una melodía para reconocerla.

Paradójicamente si la función primordial del lenguaje es la comunicación, ¿qué pretendemos comunicar con una escritura ilegible?

Si el documento manuscrito es para uno mismo, uno mismo ya se las apaña y con cierta benevolencia reinterpreta el contenido, sin embargo cuando ese documento manuscrito tiene un destinatario distinto ¿qué pretendemos con una escritura ilegible?

¿Realmente queremos que nos entienda?

Los alumnos suelen utilizar una escritura ilegible cuando dudan sobre cómo escribir un término; así, el profesor corrige con cierta intuición aquella maraña de letras consensuando errores ortográficos y no conceptuales, porque a los profes también nos engaña el cerebro.

De esta manera, el alumno sale incólume del desaguisado conceptual y exime letra ilegible.

La escritura ilegible puede deberse  causas internas o externas: la prisa, el cansancio, el sueño, la efusividad, la impulsividad o bien el tipo de útil o soporte, la posición en la que escribimos, etc.

La imagen de este post recoge la muestra que ejecutó un joven inglés en un autocar en movimiento y con unas cuantas copas de más, el resultado es evidente.

La escritura ilegible puede deberse a estas causas, pero también a cierta impericia gráfica, insuficiente escolarización, escasa práctica habitual o presencia de disgrafía.

En cualquiera de estos casos, es perfectamente corregible con un adecuado programa de reeducación escritural.