Recientemente he acudido a la exposición del CCCB de Barcelona En l’aire commogut: imatge-emoció-utopia.
En las salas convivían fotografías, cuadros, libros, documentos, audiovisuales y pequeñas esculturas que dejan al visitante anonadado ante una muestra tan inabarcable que resulta una bofetada de humildad. Reconozco que no he podido abordar todas las cuestiones que se planteaban.
Así que, ante la infinitud de la propuesta, me he centrado en unos cuadros de Miró, concretamente Oiseau dans l’espace (1976).
Se trata de la simplicidad de la trayectoria de un pájaro reducida a una pincelada y un recorrido en el aire, con una ristra de puntos enlazados por una línea.
Antes de ver el título, aquella imagen se me antojaba una analogía de la vida: la trayectoria vital del individuo, que sortea obstáculos y se dirige, sin saber muy bien hacia dónde, pero con cierta determinación.
Escondida en la estela del vuelo del pájaro se descubre una firma típica de Miró: discreta, imposible de identificar desde la distancia, porque podría pasar por una simple mancha.
Me acerqué a fotografiarla —quizás demasiado—, porque al hacerlo sonó una sirena.
Mi móvil logró captar esta imagen.
Una firma que, como el cuadro, se construye fragmentada. No es un retoque ni un repinte de un falsario: es el arrepentimiento para mejorar el enlace; además, la irregularidad del trazado es inconfundible en una firma auténtica.

Y es que la genialidad suele ser discreta, porque quien es grande no necesita las plumas del pavo real.