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No es lo mismo ser que estarNo es lo mismo estar que quedarse, ¡qué va!Tampoco quedarse es igual que pararNo es lo mismoSerá que ni somos, ni estamosNi nos pensamos quedarPero es distinto conformarse o pelearNo es lo mismo, es distinto

El estribillo de esta canción de Alejandro Sanz golpea mi memoria y la conecta con el artículo recién publicado en La Vanguardia de Mayte Rius, «El auge del lenguaje psicologizante: etiquetas que enfrían las relaciones».

En él se aborda el hecho ineludible de que el lenguaje es significativo, es decir, adquiere fuerza según el contexto, o precisamente ese mismo contexto le resta fuerza.

En la actualidad se trivializa el uso de términos psiquiátricos y  el lenguaje propio de la psicología clínica ha salido de las consultas para instalarse en la vida cotidiana.

Términos como narcisista, tóxico, trauma o manipulación se han normalizado en redes sociales y conversaciones personales, especialmente entre jóvenes, generando un fenómeno que preocupa a expertos en salud mental: la banalización del lenguaje terapéutico y su uso impropio como forma de clasificación interpersonal.

Según la catedrática Neus Vidal-Barrantes, esta tendencia refleja un paso de la negación y el estigma que podíamos sufrir la generación de los boomers, hacia una sobreexposición de lo psicológico:

“Hemos pasado a erigirnos en psicoterapeutas de los demás y querer diagnosticar y patologizar comportamientos que, a menudo, son meros conflictos normales”.

El psicólogo Rafael San Román, autor de ¿Qué le cuento a mi psicólogo?, señala que el fenómeno no es nuevo, pero se ha multiplicado por la amplificación emocional de las redes sociales, donde conceptos clínicos complejos se reducen a etiquetas que se usan sin precisión.

El uso de etiquetas como “narcisista” o “tóxico” no solo simplifica realidades complejas, sino que afecta directamente al clima emocional de las relaciones.

“No es lo mismo decirle a alguien que es tóxico que decirle que tiene comportamientos problemáticos”, apunta San Román.

Las palabras importan, y etiquetar a alguien con un término clínico equivale a congelar su identidad, dejando poco espacio para el matiz, el contexto o el cambio.

El artículo aborda también que esta tendencia forma parte de un cambio generacional en la manera de entender las relaciones y de resolver los conflictos.

Pero al margen de las cuestiones sociales, la lingüistica forense puede aportar estos puntos de vista:

 

1. Reetiquetado discursivo y cambio de significado

Muchos términos procedentes del ámbito clínico (narcisista, trauma, bipolar) están siendo reinterpretados en el habla cotidiana, y este fenómeno se define como mutación semántica.

La consecuencia directa es que se genera ambigüedad, ya que las palabras mantienen su forma externa pero pierden su precisión técnica.

Esta ambigüedad se relaciona por tanto con el ámbito de la subjetividad que es el talón de Aquiles de la inerpretación lingüística de un texto y la bisagra ineludible en muchos juicios, porque esa ambigüedad genera y legitimiza todos los puntos de vista.

2. Estigmatización y discurso lesivo

Etiquetar a alguien como psicópata o tóxico no es una mera descripción, sino que puede funcionar como un acto de habla lesivo.

En determinadas circunstancias (acoso laboral, denuncias por violencia psicológica, conflictos familiares), estas expresiones pueden interpretarse como atentados al honor, calumnias o lenguaje intimidatorio.

3. Diagnóstico amateur como acto performativo

Afirmaciones como “mi ex es narcisista” no solo transmiten información, sino que performan una identidad pública.

Desde la teoría de los actos de habla, estos diagnósticos no profesionales pueden tener efectos sociales reales: consolidan percepciones, legitiman rupturas y afectan la imagen pública de la persona señalada.