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Picasso no firmaba sus obras porque —afirmaba— resultaba evidente su autoría.

Sin duda, también la escritura era reflejo de su identidad. Por eso, la afirmación «Picasso es su pintura, pero también su escritura» cobra fuerza cuando se analizan los documentos desde el punto de vista de la grafología.

La escritura de Picasso es rápida y cargada de rasgos muy particulares. Su desarrollo es ave migratoria: se escapa si la encierra el frío; su toma del espacio es libre, aunque mantenga ciertas formas. El aire corre entre las palabras y busca refugio más allá de los márgenes del papel. Prueba de ello son las descargas de tinta, los finales lanzados y las barras de la «t» prolongadas hacia la derecha. Estos rasgos nos sugieren no solo rapidez y versatilidad, sino también intuición, fuerza y carisma.

La impulsividad con la que escribe denota energía, una energía que se evidencia en su capacidad para superar los obstáculos que se presentan en la escritura. Desde un análisis de temperamento, su grafía nos sugiere un carácter sanguíneo y visceral que trasciende lo racional y lo apolíneo, invadiendo la zona de las jambas con presión, descarga pulsional e imposición. De ahí que necesite exprimir la vida y los placeres.

Esa dinámica y ese movimiento, en ocasiones efervescente, le permiten transformar la forma caligráfica sin diluirla, manteniendo sus rasgos esenciales.

El no limits también está presente en su verborrea manuscrita. En su primer poema largo, del 18 de abril de 1935, Picasso construye un texto de 34 hojas que conforma una única frase. Para él, la puntuación era el taparrabos de la literatura, en el sentido de que un texto tiene su propio ritmo y movimiento y no necesita marcadores externos. Su escritura avanza como lo hace un pincel sobre el lienzo, deteniéndose solo cuando el propio guion de la obra lo exige.

Esta libertad también se traslada a su escritura mecanográfica, donde no empleaba puntos ni mayúsculas. Sus textos fluían sin interrupciones, como si ejecutara un dibujo sin levantar el lápiz del papel, en un trazo continuo e imparable.

Picasso afirmaba que «por los errores se puede conocer la personalidad». ¿Y qué sentido tiene corregir faltas en base a unas reglas que —según él— «no tienen nada que ver conmigo»? Le parecía absurdo. Desde su perspectiva, prefería crear una gramática antes que «meter mis palabras en reglas que no me pertenecen».

Estas palabras, referidas por Sabartés, sugieren que su escritura, ya sea en el papel o en el lienzo, comparte el mismo principio: una expansión sin límites, una toma del espacio que no se somete a barreras.

Así como en la pintura las formas parecen liberarse de la perspectiva tradicional y avanzar en múltiples dimensiones, en su caligrafía —manual o mecanográfica— las palabras se despliegan como pinceladas, trazos inseparables que desafían cualquier norma impuesta.

Picasso escribía como pintaba: dejando que la energía guiara su mano, sin esquemas preestablecidos, sin restricciones. No se puede atrapar el aire.