Imagínense la situación.
Hace unas dos décadas un amigo que estaba en el aeropuerto, se encontró con un famosísimo jugador de fútbol de primera división. Estaba sentado esperando el embarque. Llevaba una gorra y en su mano sostenía un bolígrafo que utilizaba para firmar los muchos autógrafos que le pedían los viajeros
Mi amigo, no llevaba ningún papel, y sí su tesis doctoral. La abrió y se la entregó para que firmara en la primera hoja en blanco de la encuadernación.
Cuál fue la sorpresa de mi amigo que el futbolista ocupara la totalidad de la página. Y la firma es la imagen que ilustra este post.
Mientras él nos explicaba la anécdota, los amigos recordaron el paso del futbolista en el equipo culé y sus logros con tan solo 22 años., pero yo desvié mi atención hacia una firma tan espectacular.
Nunca me había encontrado nada igual.
Pensaba en el mérito de los famosos que se veían antes obligados a firmar, y ahora, a hacerse selfies con sus fans. Parece que necesitamos un testigo (autógrafo o fotografía) para convencer a los nuestros que efectivamente hemos conocido a fulanito.
¿Qué me sorprende? El tamaño gigantesco de la firma: ocupa la totalidad de un papel DNA-4.
El jugador estampaba una firma enorme, a pesar de que llevara cierto tiempo firmando otros autógrafos y le quedaran otros tantos.
Tenía que mostrarse y reafirmar su identidad, porque ese es el sentido de la firma: dar fe de la identidad y de la autoría.
¿Qué me llama la atención? Esos mecanismos de defensa y ese yo frágil que se esconde tras una firma tan majestuosa.
Dime de lo que presumes -dice el refrán- y te diré de lo que careces.
Una inicial desproporcionadamente ampulosa nos habla de un YO también ampuloso; nos habla de ese pavo real que todos llevamos dentro y que deseamos que se vea en todo su esplendor.
Decimos: venga, aquí estoy!!!
Pero luego, el grafólogo descubre
- esos anillados,
- ese punto de la i -también ampuloso-,
- esa R y d que se lanzan a ocupar la zona de jambas con un trazo descendente,
- esas letras desligadas,
- esos lazos
- y esa cola de escorpión …
y el grafólogo se compadece de ese hombre que se oculta tras una máscara, con un yo más débil, más ansioso, más depresivo y más vulnerable de lo que aparenta.