«Caramba, caramba…el programa detector de plagio ha detectado que en su trabajo hay una coincidencia textual del 16%.»
El director del trabajo propone al preciado alumno que revise por favor tales coincidencias, repase el documento y en su caso, modifique lo que según el programa se ha detectado como plagio.
El alumno avezado empieza la tarea de justificar las coincidencias y pide la colaboración de un perito en lingüística forense.
El programa ha remarcado en distintos colores las distintas fuentes directas que el alumno ha empleado para redactar el trabajo. Y el trabajo supera con creces los pantones conocidos.
Pero el alumno sabe que ha citado las fuentes, que ha referenciado los textos legales y señalado la bibliografía con todo lujo de detalles.
Él lo sabe, pero el programa no, porque el programa ha detectado como coincidencia un texto de un artículo legal, una disposición, una sentencia e incluso fragmentos de la Declaración de DDHH, todo ello entrecomillado y referenciado debidamente.
Pero quizás es que el programa no reconoce los comillas o se vuelve loco con los colores, porque en un mismo artículo de una ley señala varias fuentes -con varios colores- aunque esa ley sea la Constitución. OMG!
El alumno no desespera y prosigue la Cruzada. Descarta enunciados, fechas, títulos, bibliografía, topónimos, frases y expresiones de tipo común, acontecimientos históricos, nombres de políticos y legisladores…es decir, sintagmas nominales con carácter universal y que intrínsecamente no contienen originalidad y pertenecen al acervo cultural.
El resultado final es que aquellos textos coincidentes apenas alcanzan el 0,76% del total de un trabajo de 5000 palabras , algo así como unas 38 palabras que bien podrían ser pura casualidad.
Propongo introducir en los programas de detección de plagio un algoritmo de sentido común.