Experiencia. Una palabra mágica. En la actualidad, al hombre que muestra cansancio vital se le propone nuevas sensaciones y emociones a través de vivencias más o menos artísticas, deportivas, sensuales, gastronómicas etc. Porque experiencia es sinónimo de felicidad.
Y los padres deseamos, por encima de todo, que nuestros hijos sean felices.
Y les dejamos hacer todo y de todo.
Me sorprende el interés de algunas madres de preguntar a su niña de 4 años qué prenda de Zara le gusta más; la madre se desespera preguntándole, si prefiere la rosa con puntitos azules o la rosa con flores verdes. La niña elige al tun-tun y la madre se alegra de la decisión de su hija de 4 años. Y cuando ya está pagando la falda rosa de puntitos azules, la niña coge la falda rosa con flores verdes y dice, me gusta esta.
No es que haya cambiado de opinión, es que nunca la tuvo.
Y todo ello porque el adulto le invita al niño diciéndole: descubre el mundo.
Y esa invitación está asociada a la máxima representación de libertad, sin embargo, al niño se le da a elegir sin informarle de las consecuencias, de sus ventajas o inconvenientes, sencillamente se le permite ser libre.
Pero sabemos, que no toda elección repercute a nuestro bien y que la libertad es siempre elegir el bien porque el mal -en cualquiera de sus formas- es destructivo.
Pero el mal también es una experiencia y hay que probarlo y dejar que los hijos lo prueben. Y al joven se le permite beber, fumar o drogarse a temprana edad; y ese joven, #nolimits, se dice: ¡vamos! ¡puedo hacer lo que me da la gana!
Y lo que podría ser un juego de experimentación es un riesgo. Riesgo personal y colectivo; experimenta hasta llegar al coma etílico, a conducir en dirección contraria, a pasar toda la noche delante del ordenador, a circular por las vías del tren o a graffitear espacios públicos.
Y ese joven que está acostumbrado a hacer lo que le da la gana y que esa posibilidad ya la considera un derecho adquirido, si no consigue lo que desea reacciona según el principio de placer freudiano, lo quiero con inmediatez y a cualquier precio y con cualquier medio.
No hay límites y sí mucha anarquía, hay trastornos de conducta y una agresividad más o menos primaria.
Y esa anarquía más o menos evidente para acatar unas normas de convivencia, de hábitos y de disciplina se detecta en la escritura en todo aquello que salga de la norma o de lo acordado en un entorno familiar, escolar o social.
Esta rebeldía la podemos detectar en la escritura preadolescente en:
- La disposición inusual de la página: por ejemplo, margen izquierdo amplio.
- Letras con rarezas o formas extrañas.
- En la inclinación hacia la izquierda.
- En la dirección oscilante de la línea de base.
- En el uso generalizado de mayúsculas.
- Y en general en cualquier elemento que nos llame la atención por raro y distinto.
Y si esa anarquía le lleva a una actitud agresiva se observan otros rasgos:
- Discordancia en todos los géneros gráficos.
- En el uso de arcadas cerradas y angulosas.
- Desproporciones en el tamaño de la escritura.
- Jambas alargadas, fuertes y aceradas o bien con bucle en gancho.
- Barras de t prolongadas y aceradas.