La manipulación documental es muy habitual en los procesos judiciales en los que se cuestiona la autenticidad de una firma.
La casuística es inmensa. Por ejemplo, hace años, cuando se utilizaba la máquina de escribir, el protocolo de análisis permitía detectar más indicios de manipulación que los documentos elaborados digitalmente. Ahora el estudio es mucho más sutil.
Veamos el típico asunto: el firmante reconoce su firma y por qué no, también parcialmente el contenido. Pero en el documento figura un porcentaje superior al acordado y una cláusula, en la que prácticamente, el firmante entrega su alma al diablo.
-«Eso no estaba allí!» -insiste el cliente. Y es cierto.
Pues bien, ¿qué podemos hacer los peritos? Analizar:
- las posibles desalineaciones tanto horizontales como verticales,
- las distancias entre letras,
- las distancias entre líneas,
- las distancias de los márgenes,
- los satélites de tinta en torno a las palabras.
Y esto ¿por qué? porque cuando el documento firmado original se introduce de nuevo en el cajetín de papel blanco de la impresora, es posible que los rodillos y la correa de regulación nos jueguen una mala pasada y desplacen milimétricamente el papel. Este desplazamiento del papel, provoca que lo impreso no se sitúe exactamente en la misma línea que el texto precedente.
Además, en las impresiones con impresoras de chorro de tinta -que siempre provocan satélites en la superficie-, si introducimos de nuevo el papel, es posible que se superpongan esas salpicaduras de tóner .
Esta superposición de satélites -detectados con UV- solo son causados por una reimpresión.
En la actualidad se está desarrollando un software que detecta los metadatos de un documento PDF: este tipo de programas -todavía en fase experimental- reconoce las supresiones, añadidos y modificaciones que se han producido en un PDF. Incluso distingue las firmas recreadas a partir de trazos que pertenecen a firmas auténticas.
Finalmente un consejo, lector, si tienes que firmar un documento importante, traza líneas en los espacios en blanco para evitar que al graciosillo de turno se le ocurra introducir una frase improcedente.