Ha acabado el curso escolar.
Y ya sea por tradición, por ese deseo de ser “malote”, por ganas, impulso o imitación de otros, el ex-propietario de esta libreta, le prendió fuego.
O al menos al principio y luego lo sofocó (quizás no era tan “malote” como pensaba)
Y la dejó en el camino, junto a su colegio.
Libreta que me encontré al día siguiente mientras daba un paseo matutino.
Y menudo regalo me dejó este niño, porque la libreta ha sido regularmente datada.
Empezó así el curso.
Trazo ligero, inseguro, pero legible, tratando de mantener las formas caligráficas especialmente la “m”, “n” y “p”.
La irregularidad en la zona media y la desigual altura de las hampas se deben a que esta libreta solo está pautada en la línea horizontal.
Qué pesaditos algunos colegios con insistir en este tipo de libretas cuando el niño todavía no domina el gesto gráfico!
En febrero la inestabilidad se mantiene, y mejora con otro tipo de útil más grueso, pero la impulsividad le hace chocar las letras y la ilegibilidad aumenta; la agresividad se manifiesta en esas comas largas y en acerados.
¡Qué bien le hubieran ido a este niño de 8 años unas pocas sesiones de reeducación escritural!.
Porque la escritura acabó peor de cómo empezó.
La impulsividad y el movimiento propio de esta edad, no han sido corregidos.
Posiblemente le diagnostiquen un TDAH, pero, insisto, hay que reeducar el gesto gráfico, porque la educación es esto, “educare”, raíz etimológica del indoeuropeo *deuk (guiar), y guiar requiere una implicación y una exigencia personal por parte del guiador y del guiado.