Seleccionar página

Recientemente he visitado una exposición inmersiva de Gustave Klimt en Barcelona, muy recomendable y espectacular porque la fuerza de la sensualidad y la belleza del oro penetra en los poros y en la pupila del visitante, que absorto, se deja llevar por las salas de la exposición durante los 90 minutos que dura esta experiencia.

De Klimt, artista modernista, conocemos especialmente el Retrato de una Dama, pieza robada  en 1997 pero localizada en el 2019 en un recoveco de la fachada de la propia Galería Ricci Oddi en Piacenza; también nos viene a la memoria – y es pieza clave de esta exposición-  El beso y el Retrato de Adele Bloch-Bauer I, aunque sabemos poco del  Retrato de Adele Bloch-Bauer II , a pesar de que fuera la misma mujer la retratada y el cuadro sea también excelente.

Quizás podríamos, en este punto, reflexionar sobre el valor de una obra de arte que no depende tanto del tema, del artista o de la técnica sino del valor que ha adquirido a lo largo de la historia.

Porque todo cuadro tiene una historia y una metahistoria que contarnos: el Retrato de Adele Bloch-Bauer I es el noveno cuadro con el precio de venta más alto de la historia, y ¿por qué?-me pregunto-, ¿acaso por sus dimensiones?, ¿quizás porque tardó 3 años en pintarlo?, ¿tal vez porque empleó oro?.

Posiblemente la respuesta sea por su meta historia,  por ese enfrentamiento legal y diplomático entre Austria y EEUU y los entresijos de ese testamento recuperado (una historia que fielmente se recoge en la película de la BBC, Woman in Gold, interpretada por Helen Mirren y Ryan Reynolds en 2015)

 

Pero además de la técnica, la valentía de su pincelada, la metahistoria de sus cuadros y ese recuerdo a los frescos de la Iglesia de San Vitale de Ravena, como grafóloga me llama la atención su firma.

 

La firma de Klimt en mayúscula y ocupando dos renglones, puede ser analizada desde distintos puntos de vista:

Desde la estética y el equilibrio porque el nombre de 6 letras ocupa el mismo espacio que el apellido de 5: las letras parecen enmarcarse en una unidad y en la rotundidad de un equilibrio perfecto en la forma geométrica del rectángulo.

 

Tenemos otra interpretación grafológica de la firma:

Si quisiéramos hacer caso a connotaciones freudianas, el nombre está por encima del apellido paterno, en un intento de superar al padre.

Mencionar aquí ese  deseo de matar al padre freudiano es muy atrevido afirmarlo, pero lo cierto es que Klimt ,nacido  el 14 de julio de 1862 en Baumgarten, era el segundo de siete hijos.

La familia vivió años de dificultades económicas y también de escasa promoción social por el hecho de que fueran inmigrantes.

Y ¿por qué me refiero al padre?

Porque su padre​ Ernst Klimt (1833-1892) era grabador de oro y ya conocemos esa etapa dorada del pintor, que encumbró el metal a una categoría superior con su arte; el talento del hijo superó con creces al de su padre y con catorce años, recibió una beca para estudiar en la Escuela de Artes y Oficios de Viena (1876-1883)

Pero también cabe otra interpretación grafológica.

Esta disposición del nombre encima del apellido es habitual en las firmas infantiles: el hijo que se apoya en la figura paterna y éste sirve de sostén.