Acreditar que una firma es falsa o auténtica, en ocasiones, resulta muy complicado; surgen multitud de dudas y conviene comentar el caso con otros peritos y especialmente, como ya hemos dicho en otras ocasiones, cuando se trata de firmas estampadas en obras de arte.
La dificultad radica especialmente en la interacción de los materiales, porque el óleo juega a disfrazarse o a imponerse, según sea la calidad o el tensado de la tela, entre otras razones.
Pero en ocasiones, los hados son propicios y no hace falta mucha charlatanería.
Y hoy es un día de esos, en el que los aedos dedicarían una epopeya, breve, muy breve con final feliz y que ocuparía bastante menos de 20 años que le costó a Ulises.
Y es que hay falsificadores que desconocen la firma y entonces, les surge la inspiración y se la inventan.
Y entonces el resultado es sorprendente, aunque traten de minimizarlo en la bibliografía especializada.
Este es un caso de una obra expuesta en un Museo de España perteneciente a Santiago Rusiñol.
No dudo ni una milésima de segundo de que el cuadro lo pintara el artista, pero, válgame Dios!! la firma, OMG!!! Eso no.
De ahí que se informe de una firma «retocada», un eufemismo para decir firma apócrifa, o ya puestos, firma falsificada.