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No es frecuente, pero pasa.
Un día recibes un burofax intrínsecamente complejo y con efectos devastadores en tu sistema nervioso porque te informan/requieren/invitan a arreglar una deuda contraída con una entidad bancaria y/o entidad de no sé sabe qué.

De la mano de tu abogado examinas la documentación: te llama la atención la firma, esa firma que aseguran que es la tuya,  se parece a la tuya como un huevo a una castaña.

En un contexto de falsificaciones, lo habitual es que los falsificadores se tomen la molestia de tener delante la firma a copiar -no es para menos-, sin embargo, no siempre sucede así: las prisas, la inoportunidad o la incapacidad de localizar una firma del sujeto a suplantar, impide a veces, firmar con una firma parecida a la legítima.

Resultando al final que la firma ni es huevo ni es castaña.

Pero las situaciones más comunes son el caso de suplantar la firma de alguien que, por ejemplo, ha pedido un presupuesto de un seguro de vida, de una reforma inmobiliaria o de unas arras de un piso.

A esa firma inventada y que se parece muy poco a la auténtica se le dedica un espacio en la bibliografía sobre Documentoscopia.

Los profesores Viñals y Puente la definen como: firma creada mediante la fantasía sin relación alguna con la o las firmas auténticas.

Y Martin Ramos sostiene que es aquella: “de la que se desconoce cómo es exactamente la original, aquella cuyo falsificador no tiene especial interés por reproducir el grafismo completo o aquella incluso que se hace figurar la firma de una persona ficticia. De todo ello resulta que son firmas que discrepan de las firmas auténticas en la mayoría de los géneros gráficos y en la organización de elementos”.

A modo de resumen, es aquella firma que si en algo se parece a la usurpada se debe a una constelación austral o posiblemente por el estilo de la letra J –común en la mayoría de josés o juanes-, la forma redondeada si se trata de una mujer o angulosa en el caso de usurpar la identidad de un varón.

Y si no, hagan la prueba con un grupo de amigos en una de esas veladas graciosas; les invitan a que cada uno se imagine cómo sería la firma de un tal Rafael Pérez.

Se sorprenderían.