Es curioso leer biografías de los grandes falsificadores de arte que engañaron y estafaron a innumerables expertos y gobiernos.
La mayoría de ellos actuaron así por despecho, como Han van Meegeren, que ante la crítica que recibió de los bienpensantes de la época, decidió colarles algunas falsificaciones a ver si se daban cuenta; pero esos afamados expertos, cayeron a cuatro patas ante su técnica, como ante este cuadro, Los discípulos de Emaús.
Se dice que Meegeren estafó varios millones de dólares, una cantidad considerable ahora y en su época, mediados del S XX.
Una de sus obras acabó en manos de Göring y tras unas investigaciones, el falsificador fue condenado a un año de prisión, condena que no cumplió porque falleció de forma repentina a la edad de los 58 años.
Peor suerte corrió, Eric Hebborn que murió asesinado a los 62 años. Este artista sufrió una infancia y adolescencia terrible, pero supo salir adelante; sin embargo, en la década de los 60 cuando le empezaron a ir mal las cosas, aprovechó su técnica y contactos para inundar el mercado de falsificaciones.
Pero no existe el crimen perfecto y lo descubrieron.
¿Cuál fue su error? utilizar el mismo papel con idéntica filigrana para distintos artistas. Algo imposible en los siglos XVI-XVII.
Pero como el Ave Fénix, salió airoso e incluso publicó una obra, The Art Forger’s Handbook, una praxis donde explicaba sus técnicas de fabricación y falsificación. Un maestro en la elección de papel, la incorporación de marcas falsas de coleccionistas y la fabricación de sus propios pigmentos para recrear los originales.