Todos aprendimos a escribir con la caligrafía de los Cuadernos Rubio, aquellos que proponían pequeños trazados que iban complicándose hasta formar una palabra de tres o cuatro sílabas.
La escritura caligráfica ligada permitía el avance más rápido y seguro porque solo se levanta el lápiz para escribir otra palabra o trazar un palote de la letra t y, si me apuras, para acentuar una esdrújula.
Con los años se abandona este modelo escritural para adoptar modelos tipográficos y más personalizados, en los que intervienen la originalidad y la espontaneidad individual.
En adultos la escritura caligráfica responde a varios motivos: para garantizar la claridad, por ejemplo en caso de maestros y profesoras, porque no se ha practicado la escritura durante años y se mantiene lo aprendido en el colegio o porque el sujeto vive sujeto a modelos y normas que le impiden manejarse con libertad y soltura en algunas facetas de su vida.
Son personas que viven mejor en formalismos, en la monotonía y en la repetición de unas normas y hábitos. Este comportamiento les proporciona seguridad, orden, fidelidad, confiabilidad y tranquilidad, aunque ello comporte en ocasiones cierto alejamiento de los demás en la medida que estos se mueven con menos rigidez y más espontaneidad.
Y esta manera de ser, nada tiene que ver con ser más o menos feliz, porque para gustos, colores, pero sí que puede restar capacidad de integración en un grupo y favorecer el aislamiento social.