En una reunión de amigos y conocidos, si descubren que sabes algo de grafología, te suelen plantear las mismas preguntas, especialmente aquella sobre los habituales cambios en la escritura.
Explicas cortesmente que esos cambios se deben a la evolución natural del grafismo, a la formación académica o al uso habitual o no de la escritura.
Esos cambios pueden deberse a causas exógenas como pudiera ser el tipo de soporte o el material utilizado o bien causas endógenas, como el cansancio, las prisas o el optimismo.
Esas conversaciones, después de tantos años, resultan previsibles.
Suelen acabarse, como dirían mis hijos, con un zasca.
Y ese cortar por lo sano la conversación que ha ido derivando de la incredulidad, a la curiosidad, y después a la broma desarcertada e incluso a decir que soy una bruja goyesca, como digo, esa conversación que resultaría insultante para cualquier profesional, se acaba cuando le pides al bromista que te firme en la servilleta y le sueltas un par de lindeces que confirman que no eres bruja, pero que sabes un poquito del tema.
Y se preguntará el lector, ¿qué le pasa hoy a Mireia que se ha despachado a gusto con el graciosillo?
Nada en particular.
Estoy en una biblioteca disfrutando de la pinacología de Modest Urgell, pintor sobre el cual me han hecho una consulta.
Y he encontrado un tesoro: la evolución escritural del pintor.
Como sabemos la habilidad escritural nada tiene que ver con la destreza para pintar, pero en este caso, Urgell escribía con corrección, como correctas eran sus pinceladas.
La evolución de su grafismo es interesante, porque llaman la atención dos cosas:
- la evolución de la forma tipográfica a semicaligráfica
- el espacio interlineal cada vez más grande, porque con los años las personas nos vamos haciendo más independientes y nos vamos aislando de los demás.
Incorporo a la serie de muestras escriturales una carta dedicada a su nieto José María.
Las muestras empiezan en 1955 y acaban en 1889.
Dejo al lector que saque como siempre sus conclusiones.