Estás en el coche y pones la radio.
La canción te resulta familiar, hay acordes que te recuerdan a una melodía que escuchaste hace un tiempo; además hay frases que te suenan, y no es el típico I love you, baby.
Piensas que tal vez “me falla la memoria y esta canción ya la había oído antes” o bien “es una copia como la copa de un pino”.
Posiblemente hay un compositor, un cantante o un productor que se han hecho la misma pregunta y por esta razón acuden a un perito lingüista forense para que emita un informe acerca de si se trata o no de un posible plagio para y éste trata de resolver la eterna pregunta ante un posible plagio: hasta qué punto se trata de una inspiración, una aproximación o de una copia.
En ocasiones la copia es tan clara que no sólo se trasladan textualmente las mismas palabras, sino que, además la copia se hace tan consciente y de forma voluntaria que, al comparar los textos, se detectan en el texto del plagiador unas pequeñas diferencias -no sustanciales- véanse, por ejemplo: correcciones tipográficas u ortográficas, alteración en el orden del texto o sustitución, supresión o inclusión de una palabra.
Las consecuencias, a veces, son turbadoras: el uso de las mismas figuras retóricas, incluso cuando el vocabulario y la gramática empleados son distintos al texto original; o en el caso de un texto histórico, el plagiador es capaz de cambiar la Historia al seleccionar fragmentos e intercalarlos al tuntún.
A veces esa copia se realiza por el sencillo método “copy/paste” y es tan mecánica y distraída que el plagiador repite los mismos errores tipográficos y/o ortográficos del texto original.
Y eso no solo lo convierte en algo delictivo sino también en algo hilarante, jocoso y estúpido, porque al menos -me digo- si copias, copia con estilo.