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Posiblemente el autor de la firma de la imagen ya no se acuerda cuando la estampó.

Por aquel entonces, su trazo tembloroso intuía cierta demencia senil.

Al temblor, se le añadía la frustración de no acordarse cómo firmaba -él que en su cargo había firmado tantas veces-.

La indecisión se observa en esos trazos iniciales que pretendían dibujar algo.

La firma que le sigue se ejecuta con inseguridad y a trompicones; él recordaba que cada rasgo era una letra y cada letra se ejecutaba con precisión. Ahora la firma es ilegible, se intuye un «Jorge Javier» aunque no se llame así.

Y tras firmar, torpemente balanceó la cabeza: «ya no sé quien soy«.

Y es que la firma nos representa, la escritura habla de nosotros, de lo que aprendimos, de lo que hicimos con ese aprendizaje y de esas aspiraciones que tenemos todos.

La torpe ocupación del espacio, el trazo tembloroso, los rasgos entrecortados, la presión desplazada siempre son la vanguardia de una demencia.

Pero la gente mayor, acostumbrada a bregar, no abandona y decide en medio de la frustración y la rabia por sentirse  olvidado de sí mismo, seguir garabateando.

Al final, me entregó el papel y dice:

  • Lo intenté!
  • Como siempre, Maestro. Gracias!