En Hollywood los polis lo tienen fácil: tan sólo necesitan una hora y media de película para pillar al malo, por muy terrorista mundial que sea, el malo siempre lo acaba atrapando un policía incomprendido, malhablado y valiente. Ahí es nada!
Los peritos calígrafos lo tenemos más difícil, pero tenemos nuestros trucos.
Imagínense el caso: una bibliotecaria de una universidad encuentra en el parabrisas de su coche una nota manuscrita. La misiva es una mezcla de declaración de amor y odio, pero una amenaza en toda regla. Posiblemente ha sido un lector habitual de la biblioteca que por algún motivo guarda algún rencor.
La bibliotecaria trata de recordar caras y nombres: los descontentos se limitan a una veintena. Comprueban la asistencia a clase de algunos de ellos y a otros los descartan por razón de enfermedad o viaje.
Nos quedan 9. Y les pedimos un cuerpo de escritura, sencillo, sin presiones.
Y lo que pasa en estos casos: el individuo empieza con letra clara, pausada, muy bien hecha. A medida que avanza el escrito la tensión se relaja porque el mal trago va pasando.
Y es ahí en el final del escrito, donde se pilla al malo. Ahí en ese punto de relajación escritural es donde afloran los automatismos gráficos, las particularidades especiales e identificadoras de cada grafismo.
Al principio del texto el individuo disimula y se esfuerza por construir una escritura diferente a la suya, pero la relajación y el cansancio permiten aflorar los idiotismos particulares y la escritura espontánea.
Y como en Hollywood, al final se descubre al delincuente: un lector despechado y celoso.