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La firma es una producción escritural que con los años y la práctica deviene en un automatismo gráfico.

Serratrice-Habib sostienen que:

“La firma, en términos funcionales, se podría considerar que está determinada por la conjunción en el área motora primaria de una doble estrategia: una espacio temporal y otra de un automatismo progresivamente aprendido, después conservado y por último reproducido por la memoria motora del cerebelo”

Además para que la firma se estampe con facilidad hay que añadir «dos programas sensitivomotores», uno  el que permite la traslación de la mano y el otro el que interviene en los movimientos de los dedos y la muñeca.

Como automatismo el control visuomanual es poco útil, porque estampamos la firma y solo tenemos en cuenta las dimensiones del espacio para adaptar nuestra firma a un lugar determinado. Pero este ejercicio lo hacemos sin darnos cuenta, de ahí que para firmar se requiera un componente morfocinético  asociado al factor mnésico que reproduce un modelo más o menos parecido a la firma.

Y este dato es fundamental a la hora de valorar la evolución de la enfermedad en un paciente con Alzheimer.

Esta enfermedad afecta también al pensamiento, a la memoria y al lenguaje, de ahí que la escritura  sea una de las primeras afectadas. Sin embargo, así como la escritura se genera fundamentalmente en la corteza cerebral, la firma es sorprendentemente la última producción gráfica que desaparece ya que depende de las estructuras subcorticales.

El proceso de desestructuración progresiva de una firma es el siguiente: identidad – similitud – analogía – simple parecido- desemejanza completa.

Por eso es conveniente que los enfermos de Alzheimer sigan ejercitando su firma todos los días, no solo como indicativo de la evolución de la enfermedad sino como práctica de un ejercicio mnésico y morfocinético tan complejo y completo.