Seleccionar página

Parece una contradicción en este mundo tan tecnificado y tan pensante.

Pero es un ejercicio buenísimo.

Todos recordamos aquel estudio- que trascribo directamente de una noticia de 2009-: “Investigadores de la Universidad de Plymouth en Reino Unido han descubierto que dibujar garabatos ayuda a no distraerse. En un estudio hecho a 40 voluntarios, se descubrió que aquellos que hacían garabatos mientras oían una llamada la recordaron un 29% mejor que aquellos que no dibujaron nada”.
Y esto es así porque “Garabatear es una tarea que no exige demasiada atención por lo que más que una pérdida de tiempo ayuda a no distraerse y captar más lo que uno está escuchando (sobre todo cuando es aburrido)”.
Y aburridas son muchas de esas reuniones infinitas, discursos imposibles y presentaciones tan dinámicas que desconectas en el segundo 2”.

Quizás ahora con los móviles, las charlas resultan más entretenidas, pero ¡quien se arriesga a que la luz de la pantalla lo delate!

Así que, nos lanzamos al garabato: según nuestro estado de humor dibujaremos cuchillos, flechas, espadas -un mal día lo tiene cualquiera-, trazaremos laberintos -en esa pesquisa inconsciente de una solución a algo que nos preocupa-, dibujaremos nubes, flores, formas curvas y suaves en la búsqueda de una idea creativa.

Dejaremos marcas en el reverso del papel si nuestro enfado es memorable, nos mancharemos con la tinta sin darnos cuenta porque nuestra cabeza está en otro sitio y nos posicionaremos en medio del papel o buscaremos una esquina, según nuestro nivel de extraversión o aislamiento.

Y de todo eso, el grafólogo también nos puede dar interpretación, como la que hacen los profesores de infantil al interpretar los dibujos de los alumnos que sólo saben expresarse con el garabato.